*Esta es una de las historias de conservación, medioambiente y construcción de paz y esperanza producida en el marco del proyecto Bosques de Vida en el programa de la Escuela de Comunicación Audiovisual
Por: Jhoana Pabón
La nueva escuela, justo al lado de la que arrasó la guerra. Fotografía Jhoana Pabón
Caranal fue fundado en el año 1982. Gracias a la riqueza de estas tierras, se estableció en el corazón de mi departamento, Arauca. Yo aún no había nacido, pero mis tíos lo recuerdan como un pueblo donde la gente se quería y reinaba la hermandad entre los unos y los otros.
Pese a ser muy pequeño y estar formado por tan solo 800 habitantes, al cabo de pocos meses y de la mano de los propios habitantes, ya tenía construida su escuela, su centro de salud y su iglesia católica. La mayoría asistía a misa todos los domingos con sus mejores trajes, el pueblito siempre fue muy famoso por la alegría de la gente. Todos los años en el mes de marzo se hacía una fiesta que incluso yo siendo pequeña alcanzo a recordar. Venían personas de otros pueblos y en mi caso de otras fincas cercanas. Me recuerdo con felicidad ganando en las carreras de encostalados o poniéndole la cola al burro, también a los adultos, algunos tomándose sus cervecitas.
En una de esas fincas llamada Los Guayabales vivía con mis tíos Saray Pabón y Hernán Guillermo Terán y mis primas Yaira y Yuleima. Vivíamos muy alegres en esa finca, cultivábamos el propio alimento, la yuca, el plátano, el maíz, el cacao, el aguacate y por supuesto las guayabas. Alguna que otra cosecha salía para la venta. Teníamos también vacas, sacábamos su leche para hacer queso, vendíamos y comíamos queso, había pollos, marranos, perros y gatos. Me gustaban todos los animales, pero el que más me gustaba era el caballo, lo aprendí a montar a pesar de tener solo dos años.
Eran tierras muy fértiles pero en algún punto nos excedimos, la gente empezó a tumbar las orillas del Río Caranal, para tener ganado y cultivo, hasta que ese río y sus brazos se empezaron a crecer e inundar algunas fincas y los cultivos se dañaban, entonces en invierno solo se empezó a vivir de la producción del ganado. Todo estaba en total normalidad, así lo recuerdo, hasta que llegó la guerra entre los grupos armados, todo empezó a cambiar, la gente no salía de sus casas por miedo a que algo llegase a suceder, pero aunque no salieran las guerrillas llegaban a las fincas y se llevaban a los hijos a la fuerza, sin importar que los familiares suplicaran que no. No les importaba y se los llevaban a esa guerra.
Finca Los Guayabales hoy en día. Fotografía Jhoana Pabón
La gente empezó a abandonar sus casas, a dejar todo. Muchas personas se negaban a dejar lo que habían construido en toda su vida, pero un día lanzaron una bomba que asesinó las pocas personas que quedaban y así quedo el bajo Caranal, destruido. Solo quedaron los meros escombros, tanto así fue, que mis tíos decidieron enviarme a vivir con mi madre. Yo nunca quise, mi vida estaba en la finca dónde me había vivido rodeada de animales, estaba acostumbrada a agarrar mi caballo e irme a encorralar, era mi parte favorita de todos los días.
Me iba en el caballo y recorría los potreros y para poder recorrer algunos tenía que pasar el rio, todos los días me bañaba antes de coger el recorrido. Buscaba los terneros para meterlos al corral y después que terminaba iba a los esteros a mirar los pajaritos. Después regresaba, desensillaba y me ponía a hacer las tareas de la escuela y le ayudaba mi tía con los quehaceres de la casa. Era mi rutina de todos los días.
Al momento en que mis tíos decidieron mandarme con mi madre, todo cambia. Todo era diferente, la escuela ya no era una escuelita sino un colegio más grande y con más compañeros, era diferente porque mi madre se la pasaba todo el día trabajando y no tenía tiempo para a compartir conmigo, solo quedaba con mis hermanos en la casa hasta en la tarde. Así paso el tiempo hasta que se calmó un poco la guerra y regresé a la finca donde mis tíos.
La guerra se había calmado pero las fuertes inundaciones no. La finca cada vez se inundaba más, así que nos mudamos a otra finca de nombre El Morro, esto era mientras que el invierno se calmaba, pero allí vivimos dos años hasta que el dueño de la finca nos la pidió. Entonces empacamos y salimos para Puerto Jordán. Gracias a Dios salimos a tiempo, porque a los dos días de habernos ido los grupos armados se encontraron y hubo un fuerte enfrentamiento. Tenía nueve años.
La resurreción de Caranal en video. Autora: Jhoana Pabón
Después de otro largo tiempo yo ya era una adolescente, estudié en el Instituto de Promoción Agropecuaria y empecé a hacer un curso de auxiliar en Saneamiento Ambiental. Para poder hacer ese técnico me tocaba viajar a una hora de camino a una pequeña vereda llamada Filipinas por una carretera destapada muy fea. Tenía que llegar todos los días a estudiar de lunes a sábado de doce a seis. Fue un acercamiento muy bonito con mi infancia y con el medio ambiente, fue reencontrarme, aprendí cómo reciclar, entendí por qué el río se desbordaba y no tuve que hacer un esfuerzo para aprender.
Me había criado en una finca donde estaba rodeada de fauna y flora, después de estudiar allí y aprender enormes cosas me gradué. A la semana también me gradué del bachillerato, fue un buen año. Después de graduarme quise regresar al pueblito donde me crié pero lastimosamente mis planes no salieron como quería. En ese tiempo mis tíos ya no vivían ahí y uno de ellos falleció. Fue un dolor muy grande porque él fue como un padre para mí. Después de unos días decidí volver a Caranal y Los Guayabales, donde había vivido mi mejor etapa a pesar de todo lo que se vivió.
Poco a poco Caranal se recupera, las raíces permanecen. Fotografía Jhoana Pabón
Al regresar me topé con la gran sorpresa de que el antiguo Caranal ya no era el mismo que la guerra había arrasado, todo lo que las minas y las balas habían destruido ya no quedaba nada de eso, solo el recuerdo. La gente empezó desde cero a construir sus casas humildemente, así como hacía cuarenta años según lo que cuentan los habitantes. La primera persona que empezó a habitar Caranal de nuevo, fue uno de los más antiguos fundadores, tiene en su memoria las viejas cooperativas, que cuenta la gente, fueron las que dieron paso a la creación del pueblo. Vivió solo en ese pueblo bastante tiempo, todo lo que duró deshabitado por la violencia, sin nadie a su alrededor. La gente al mirar que ya no había temor a que volviera la guerra empezó a regresar y construir.
La escuela de la cual quedaron puros escombros ahora es una linda escuela renovada con veinticinco niños y niñas, la gente empezó a cultivar y emprender con sus cultivos, otros empezaron con sus tiendas. Todo tuvo un cambio que al verlo quedé sorprendida porque recuerdo que fui una de las últimas en irme y verlo en cenizas. Pensaba que nunca iba a volver a mi pueblito ni volvería verlo renacer como lo es ahora, aunque no es lo mismo que era antes, no se pierde la esperanza de que vuelva ser el mismo pueblo grande y alegre que fue. Después de esa visita regresé muy contenta a Puerto Jordán, regresé a mi rutina normal.
Después de eso fui elegida para un cursillo de transformación de cacao, acepté con felicidad porque en mi tierra Arauquita, en donde se cultiva el cacao muy pocos lo transforman y es con lo que sueño yo. Aprendí a transformarlo en ese rico chocolate que me gusta tomar en los días lluviosos con un rico pan, también aprendí cómo hacer vino con la baba del cacao y muchas cosas que nosotros los cultivadores no sabemos aprovechar.
Paisaje Sonoro Así se convierte el cacao en chocolate
Después, retomé mi vida laboral como todos los días, atendiendo un almacén de variedades. Uno de esos días revisando en mi teléfono vi un anuncio de unas becas para estudiar comunicación ambiental y audiovisual. Me llamó mucho la atención porque había pensado que así como con el cacao, lo que más nos falta es saberlo aprovechar por no saber cómo comunicar.
Además me gusta todo lo que tiene que ver con la fauna y la flora, entonces decido inscribirme y afortunadamente a los días me llamaron para informarme que había obtenido la beca. Empecé el curso, me ha gustado mucho por los lugares que conocí que nunca pensé que los iba a conocer. Aprendí mucho, gracias a esa escuela ahora puedo contar un poco más de mi tierra, no como la cuentan de la guerra sino cómo se pudo superar. De cómo este pueblo no se quedó solo en escombros y recuerdos y llegará a ser uno de los productores del mejor cacao araucano.
Escrito por: Jhoana Pabón
Narradora de historias - Graduada de la Escuela de Comunicación Audiovisual Bosques de Vida
Esta historia forma parte de la creación colectiva de nueve jóvenes araucanos que culminaron el proceso de la Escuela de Comunicación Audiovisual Bosques de Vida.
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