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Altomira, en Tame – Arauca. Entre montañas, puentes y plantas

Esta historia forma parte de los relatos de conservación que surgen de la comunidad a partir del proyecto Bosques de Vida implementado en área rural de Tame, Arauca.

Julio González y Ofelia Burgos. Protagonistas de esta historia


El 13 de febrero de 1992, cuando Julio González firmó la carta de compraventa del predio Altomira, sabía que estaba haciendo suya y de su familia la extensión de tierra en la que pasarían el resto de sus días. En ese momento constaba de 360 hectáreas, era uno de esos lugares que como buena parte de esta tierra llanera, había tenido muchas pisadas y pocos dueños.


Veintinueve años después, Altomira no sería solamente la morada de una familia que encontró su lugar en el mundo, sino que también sería uno de los epicentros del proyecto de conservación y restauración comunitaria de bosque más grande de Colombia y de América Latina. Resultaría difícil pensar en ese tiempo, que aquí se llevaría a cabo la primera siembra de Bosques de Vida y con este acto, se echaría a andar un camino conjunto que ya se construía con La Palmita hacía veinte meses.


Sin embargo para los comienzos de este relato y al mejor estilo de una novela fundacional, los caminos a Altomira estaban recién zanjados, la mayor parte de sus vías se abrían paso entre las arcillas amarillentas que todavía se incrustan en la suela del calzado, sobre todo si llueve. Y así, por el estilo de la prosperidad que va llegando a una región, se construía la infraestructura para dar abasto a los miles de migrantes que llegaron a vivir a Arauca gracias a la bonanza petrolera que brotó a mediados de los ochenta.


Don Julio y su esposa Ofelia Burgos Tarache ya eran una familia conformada hacía doce años, para 1980 la vida los ubicaba a 96 kilómetros de Altomira. Se habían conocido en Paz de Ariporo, Casanare. Él Tiraba peinilla donde tocara, era un ayudante de obra oriundo de Cundinamarca, criado en la vereda San Benito en Pajarito, Boyacá. Y ella una joven casanareña estudiosa que pasaba sus días de colegio en Bogotá y las vacaciones donde sus padres en la vereda Guanábanas de Pore, Casanare.


Juntos ya habían probado suerte yendo a Venezuela pero finalmente habían regresado a Paz de Ariporo. El futuro no les pintaba fácil para el camino que emprendían. Mucho menos para Doña Ofelia, que recuerda el día en que el recién casado le avisó que se iba para Arauca a trabajar. Allá, para esos lados, le había salido una oferta por parte del antiguo pagador de la compañía para la que empezó trabajando. Ese día lo lloró hasta la suegra ‘y eso que no lo quería de a mucho’.



Cinco hijos, doce puentes

Para el año 83 eran tantas las cosas que se hablaban de este departamento que hasta el mismo Julio pensó que si daba algún paso en falso no volvía.

“Eso fue un domingo. El lunes a las 5:00 de la mañana salía un bus pa Arauca. Madre santísima, la mujer estaba en embarazo del primer hijo. Yo venía muy asustado porque yo no conocía nada, llegamos a La Cabuya y eso era selvático, (…) Yo me le paré al chofer del bus, asustado. Me bajé con mi caja de herramientas y mi maleta de la de ropa y toda esa vaina y me miraron allá.
- ¿Julio y usted qué?

'Aquí comenzó todo' - puente del Río Ariporo. Foto Prensa Libre Casanare. Deliza


El oficio de Julio González había empezado participando de la construcción del puente del Río Ariporo en Casanare y había continuado con pasos firmes en su llegada a Arauca, con la construcción del puente de La Cabuya, vereda limítrofe de ambos departamentos. Entonces, parece metafórico que mientras para la época en casi todo el país, los ríos se cruzaban a pie, en Tame, se producía la llegada de una familia que trabajaba construyendo puentes para cruzar ríos.


Es el sello que habla de su descendencia y de su procedencia. A Don Julio y Doña Ofelia hablar de sí mismos les cuesta, pero reconocen que la llegada paulatina de los hijos conllevó la búsqueda de nuevos horizontes. Y en una de esas tantas vueltas terminaron en Altomira. La carta de compraventa firmada por las partes también dice que la finca tiene cultivos de plátano, yuca y caña, además de pastos y un trapiche. Era una tierra lejos de donde habían comenzado pero cerca de donde lo conseguirían todo.


Era de muchas maneras la forma material de sus sueños. Tenían por buena costumbre conseguir las cosas de a poco. Como esa primera camioneta Toyota de platón último modelo, que llegó en el 85, cuando a Don Julio le comenzó a ir mejor y fue ascendido a maestro de obra mayor. O antes, en medio de la satisfacción cuando compraron un lote y levantaron el primer “rancho” propio, construido por ellos dos en el barrio San Miguel de Tame.


“Empezamos a parar la casita a pura fuerza, Ofelia me ayudaba a lanzar bloques, traer arena (…) no teníamos nada, de ahí pa acá arrancamos”

A ese lote llegaban las grandes noticias y el eco de los buenos comentarios, el trabajo le llegó a la puerta, los maestros empezaron a ir a buscarlo hasta su casa.


Su trabajo empezó a ser conocido. Cada obra bien terminada era el comienzo de una nueva y acá es cuando se cruzan los anhelos de una familia que ya tenía 2 hijos y un lote de 10 metros de frente por 15 metros de fondo que ya se les hacía pequeño. Para comienzos de los años noventa era latente la necesidad de una nueva obra, un puente sobre el paso del Caño Puna-Puna que comunicara a las veredas de El Puna y Caribabare que hasta entonces cruzaban a pie o en canoa cuando había creciente.


Así que no es difícil de explicarse por qué consideraron y eligieron el nombre de un hombre en cuya cuenta ya se calculaban nueve puentes construidos. Lo cierto es que de esa manera la familia González Burgos llegaría hasta este lugar de Masaguaros y Algarrobos ubicado en la vereda Puna-Puna, en donde el verde de las colinas y las sabanas se tropieza con las rocas. Don Julio fue a hacer el puente hasta allá y no se quiso devolver.



Altomira, Región de altura

La mística en el nombre no es única de la finca sino de toda la vereda. A esta última se le conoce de varias formas. Bosque Puna-Puna, Alto del Puna o simplemente El Puna. Su nombre formal y administrativo es Monserrate Puna-Puna. «Puna», a fin de cuentas y combinaciones de la palabra es un vocablo ancestral que significa ‘región de altura’. En plena vista del piedemonte llanero estos nombres son designios exactos del relieve.

Vista panorámica de Altomira. zona rural del municipio de Tame - Arauca. (Foto Cristhian Aguirre H)


En tanto, la finca ya se llamaba así antes que Don Julio la conociera, antes de que lo comentara con Doña Ofelia y antes que ella estuviera allá y fuera amor a primera vista. Altomira es un nombre heredado del penúltimo dueño, que seguramente también fue incapaz de cambiarlo por la exactitud del nombre con la vista. Cualquiera que pise los altos de este punto bajo el cielo se sentirá más grande que el paisaje que contempla. Más que una ilusión óptica o un delirio de grandeza al bautizarla, es simplemente la realidad.


En este lugar con una altitud de 194 msnm, suceden varias cosas a la vez. En el corazón de Altomira nace el Caño Aguabendita, no hace falta extenderse en una gran explicación para dar cuenta de su nombre, basta con decir que es la fuente de provisión de agua de esta y de gran parte de las fincas aledañas. Además del Aguabendita, por el límite norte de la finca está el Caño Totumal que la bordea.


La actividad predominante del sistema productivo de la finca ha sido siempre la ganadería de cría y ceba. En algún punto del camino Don Julio puso fin a su época de hacedor de puentes y obras sobre la vía y junto a Doña Ofelia pasaron a administrar su finca. Para 1998 construyeron los corrales de madera para sus chivos y adecuaron los potreros para el ganado, limpiando lo que para ellos era puro rastrojo.

Para entonces esta región enrastrojada y selvática, estaba al calor de la fiebre del desarrollismo, que por su cuenta derribaba, desde hacía buenas décadas, sus propios bosques a diestra y siniestra. No será una actividad condenatoria pero sí tendrá mucho que ver con los destinos y el cambio de perspectiva en el sentir de los campesinos de Tame.

En el instante que se hacían las limpias de rastrojo y las quemas de sabana para expandir la actividad ganadera, la percepción de que algo andaba mal empezó a rondar la conciencia de los campesinos, las subiendas de pescado cada vez fueron menos frecuentes, algunos cuerpos de agua empezaron a perder su capacidad y los tiempos de lluvia y verano se hicieron paulatinamente azarosos.


Al momento que caminan con su nieta y un ayudante de la finca en busca de marranos extraviados de su marranera; admiten con pesar el deterioro ambiental del que han sido testigos. Podrían enumerar hechos como la tala sistemática de la Ceiba Tolúa, una especie ya casi extinta en el departamento. Hasta el día en que frente a sus ojos un incendio consumió fuertemente gran parte de la vereda y una de las montañas de Altomira.


Ya estaba en ellos un sentido de acción frente a lo que venía ocurriendo, Don Julio hacía diez años había buscado soluciones en entes municipales y regionales para denunciar la extracción de madera de caños aledaños. Si bien no hubo una respuesta efectiva, este hecho sí sirvió para correr el rumor entre los lugareños de que a esta gente sí le importaba lo que estaba pasando con los árboles y los ríos.


Bosques de Vida

“A algunos nos sonó la flauta”

Dos años después de la llegada de La Palmita a Altomira, Bosques de Vida ya era una realidad. La primera planta se sembró el 27 de julio de 2021 y el acto contó con la presencia de altos funcionarios del gobierno y organizaciones ambientales. (Fotos Cristhian Aguirre H)


Ya había un buen presagio entre los González Burgos de que cosas buenas pasan cuando van a tocarles la puerta de su casa, esta vez no venían para que levantara ningún puente. Un domingo 12 de mayo de 2019 La Palmita llegaría a su puerta


“Fue una fiesta de las madres en la Escuela del Puna, llegó Don Helio, William y una señora, hablando de un proyecto para cuidar los bosques (…)

Don Julio no entra en tantos detalles, sintetiza.

Yo les dije: Vea toda esa montaña es mía y yo la puedo dar para eso, ese día tocaba firmar un papel, yo lo firmé. Usted que es lo que está firmando Don Julio, me decían. Yo les dije de todas formas ya firmé no puedo ir a alcanzar esa gente pa quitarle el papel, ya lo que fue, fue. 

Ese día de mayo, La Palmita y el Vivero Comunitario Morichales de Vida estaban en ese sitio y a esa hora de la tarde, invitando a la comunidad de las veredas vecinas a unirse a la iniciativa del naciente Bosques de Vida, que hasta allí era solo una idea establecida con grandes posibilidades de hacerse realidad y ser financiada por el programa Colombia Sostenible adscrito al Fondo Colombia en Paz


De manera que ese papel que tuvo la firma de Don Julio era la intención de participar y organizarse como Asociación Comunitaria para conservar y restaurar los bosques del piedemonte de Tame.


“Esa fue la forma en la que nos metimos a esto. A algunos nos sonó la flauta, a otros no”.

A mí a veces me daba como miedito porque ya había firmado, pero yo dije de todas formas ya firmé y di mi palabra, (...) luego yo consulté con un abogado, le mostré los documentos y me dijo no Don Julio eso es una vaina legal, porque uno es campesino, llegan y nos embolatan”.


Firmar antes había sido una duda, luego fue certeza.

Julio González suscribe con su firma el Acuerdo de Conservación para proteger la Biodiversidad en su finca.

(Foto Cristhian Aguirre H)

 

En esta vereda de un municipio tan golpeada por la violencia, es una fortuna permitirse pensar que en la necesidad de cuidado y protección del otro, también se habla de la naturaleza. Porque en el mundo en que todos quepamos, la naturaleza también será sujeto de derechos. Y a esta premisa le apuntó Bosques de vida desde su concepción. Al cuidado de la vida en todas sus formas y a la posibilidad de garantizar el bienestar social, ambiental y económico de las familias que cuidan los bosques.


 Que la vida del campesino se haga más digna a través de la conservación.

Fue así como después de un duro proceso de selección, esta iniciativa comunitaria fue priorizada, estructurada y actualmente cofinanciada por el programa Colombia Sostenible que con recursos del Banco Interamericano de Desarrollo - BID y a través del Fondo Colombia en Paz; buscan construir esa paz territorial en cumplimiento al Acuerdo Final firmado en 2016.


Por eso, dedican sus esfuerzos a apoyar proyectos como Bosques de Vida y con él, la construcción comunitaria que se persigue en La Palmita a través de los sueños. Como esos que se sueñan en Altomira. Protagonizados por Don Julio, Doña Ofelia y su nieta, quienes comparten su vida con todas las gallinas, marranos y vacas, y a partir de ahora con 3445 plántulas que fueron sembradas en 17 hectáreas entre agosto y septiembre del año 2021.


Entre las montañas del Puna Puna, en compañia de la Asociación Comunitaria Vivero Comunitario Morichales de Vida y un equipo de voluntarios se realizaron jornadas de sembratón para restauración del bosque de Altomira


Especies como el Aceite, Loro, Pardillo, Flor Amarillo Guarataro, Guamo, Flor morado, Caruto, Leche Miel, Samán, Yopo, Bucare y Moriche entraron a fortalecer la capa vegetal de suelos de montaña que se habían visto afectados.

A esta área de restauración también se le suman 18,33 hectáreas de bosque que serán destinadas a la conservación y al mismo tiempo le permitirán a esta familia obtener incentivos económicos en efectivo y en especie a través del mecanismo de Pago por Servicios Ambientales (PSA) que reconoce los esfuerzos de conservación como los de Don Julio y su familia.


Por lo pronto, con el acompañamiento y apoyo de todo un equipo de profesionales de La Palmita, Doña Ofelia y Don Julio invertirán parte de estos ingresos semestrales en mejorar la productividad de su finca, no dejarán de preocuparse por el estado de sus bosques, no pierden de vista al fuego, que ha sido su enemigo, se refrescan la cara en agua del Caño Totumal y piensan cómo aislar los peligros que se puedan presentar.


“A mí me gustan estos proyectos, para mi este cultivo de árboles, Dios mío, eso es una lindeza. En el verano nos toca ponernos a cuidar y regar los árboles porque sería un pecado dejarlos morir” dice Doña Ofelia.

Ofelia y Julio, una famlia rural tradicional que le apuesta a la conservación, Tame - Arauca (Foto Cristhian Aguirre H)


Han sido equipo largo rato, ya van pa´ cuarenta años juntos y lo único que les piden a los que vienen de atrás, a sus hijos y sus nietos es que no dejen morir la finca cuando ellos falten. Que no dejen acabar el trabajo de tanto esfuerzo construido en Altomira, entre las montañas a punta de puentes y plantas.


Escrito por: Cristhian Aguirre H Comunicador social y periodista

La Palmita - Centro de Investigación


Esta historia forma parte de los relatos de conservación que surgen a partir del proyecto Bosques de Vida y su proceso comunitario.



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